La muerte, esa amarga sorpresa

A estas alturas, nadie puede decir que la muerte no le haya tocado la puerta, ya sea del vecino o un amigo, cercano o lejano, algún pariente.

La verdad es: No estamos preparados.

Es difícil estarlo, cuando una persona joven fallece, tomamos como tragedia, porque ninguna muerte es anunciada de manera prematura. Sin embargo, con respecto a las personas mayores, tendemos a pensar que llegará en cualquier momento y amagamos una suerte de «preparación» que en realidad no tenemos.

La muerte, ciertamente, es un destino inevitable para quizás todos los seres vivos (hay una o dos medusas que técnicamente no mueren, sin embargo). Pero, ¿saben qué? A pesar de todos nuestros esfuerzos por asimilar esta situación de la mejor manera posible, la realidad es que sí nos toca amargamente, cuando alguien cercano se nos va.

Todos se van, todos nos vamos -mejor dicho-. El padre de un amigo, muy querido, se fue hoy. Y te toca fuerte pues sabés que creciste prácticamente en su casa. Compartiste con ellos fiestas, tristezas, simples días u ocasiones especiales. Honestamente, no me lo esperaba. Un señor joven, una gran persona. Llorás por el dolor de tus amigos y por el tuyo propio. Es como si se hubiese ido alguien de tu propia sangre. Sabés que dejó buenos hijos, quizás no desamparados pero con un vacío enorme que no va a ser llenado. Una tragedia inesperada en un momento inusitado.

Me pone a reflexionar pues todavía tengo a mi padre conmigo, a mi madre, mis hermanos; a todos los que quiero. ¿Por cuánto tiempo?

Ojalá nunca los pierda, ni de esta forma tan intempestuosa u otra forma menos sorpresiva. Una vana esperanza, claro, pero tenés que agradecer, si podés y te cabe, que todavía están acá.

Buenas noches don Nacho, descanse.

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