The nostalgia trip

I’m in an empty house. I see things lying around. Few, as it seems someone just moved out and left little to nothing, uninteresting, things behind.

Things, of course. I bet memories stayed also, maybe good ones, bad ones. I bet it’s hard to leave behind a life spent in a somewhat comfy house.

Maybe your first breath of independence was blew here, right? A stranger in a strange land, living a new life. Maybe you miss your family you’ve left at hometown.

I bet they miss you too. Maybe they tell you they need you. And you went out full of doubts to seek a new beginning, right?
How’s that working out for you?

I used to live here. My old and unwanted stuff is lying around, in a not so tidy manner.

Are my memories here too? What do I cherish so badly, that I had to came back, looking for excuses I don’t need to give to absolutely no one?

I hate these white walls but I miss them so much, they contained my life for around a year. They comforted me when I broke down to tears and anxiety bursts.

Never felt so happy here but I am now.

Is this so weird?

Yes.

Itaca

Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.



Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.



Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.



Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.



Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.

Konstantino Kavafis

Hilos distendidos

Estuve tantas veces en tu lugar. Esa incómoda sensación de que no se valora lo suficiente lo que perdemos por otras personas. Nuestras libertades, nuestros gustos, algunos sueños que juzgamos tan nuestros pero que, de alguna forma, sentimos que debemos abandonar porque creemos que no son compatibles con nuestra mejor mitad.

No resulta difícil, entonces, comprender la realidad en ciertos aspectos. Las cosas cambian, a veces temprano, a veces tarde. Y si bien no soy afín al status quo, creo que es importante tener algunas cosas siempre en orden, estables.

Honestamente, sé lo que está ocurriendo. Obviamente, la intuición ajena quizás esté correcta también. Pero debería saber, al mismo tiempo, que haría lo que fuera para verle feliz, aunque eso signifique postergarme a mí mismo.

Este tipo de pensamientos no es exclusivo de este tipo de situaciones, porque lo he estado llevando a los otros aspectos de la vida, académica, laboral, familiar, etc. No es sano, sin embargo, satisfacer a los demás a costa de uno mismo.

Pero, ¿qué va a pasar con todo lo ya construido a partir de esta tesitura? Definitivamente, la colateralidad es algo con lo cual hay que contar. Te hace pensar muchísimo en qué perdés. No sólo al objeto o persona en cuestión, cuando se hacen renuncias, perdés todo lo que viene adherido. Ames, aprecies, valores o no.

Le asistirá la razón a aquel que piense en que no es la primera vez que estoy pensando en estas cosas.

INDISPUESTO

No es difícil decir: «No quiero». Ahora ya tienen excusa para ponerlo en práctica.

El templo de Salomón

Me suena como muy patético ese drama que se está montando acerca de esa reunión de familia, la mal llamada «cena de Navidad».

Incluso se da a entender que este año con las restricciones va a ser más limitada y por tanto da pena que no se pueda llevar a cabo.

Como si el año no tuviera más días que ese, como si fuera un encuentro donde se liman todas las asperezas familiares.

Ese día, que es como cualquier otro para lo único que sirve, es para beber, comer y después del descorche de varias botellas de cava, decirse todo lo que uno piensa, o sea tirarse los trastos a la cabeza y luego quedarse un año sin dirigirse la palabra, esa, esa es la «cena de Navidad».

Háganme caso, este año las autoridades lo están poniendo muy fácil, el covid-19 es la excusa perfecta para anular tan «deseada reunión»…

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La voz (inconclusa)

-¿Quién sos?

Una voz melodiosa me golpeó desde ningún lugar, pero resonó dentro de mi mente. Omití hacerle caso.

-¿Quién sos?

Me asusté. Creí que la imaginé la primera vez, sin embargo se escuchaba real y a pesar de eso, la ignoré una vez.

-Soy yo, pensé con claridad, no sabiendo qué esperar.
– Ya sé que sos vos, pero quiero saber el nombre de quien me llama
– ¿Perdón? ¿Te llamé yo? ¡¿Dónde estás?! – pregunté confundido, en voz alta.
– No es necesario que hables, pero si preferís verme, puedo salir.

Estaba desconcertado, nunca sentí ese terror a lo desconocido como en aquel momento. Algo me hablaba repentinamente pero desde mi, pero sentía que no estaba solo en esa oscuridad.

-Dale, prefiero así, le dije. Me llamo Nicolás.

La oscuridad se hizo más densa y, de repente, un pequeño destello en una esquina de la habitación. La voz emana de ese punto ahora.

-Acá estoy. Mi nombre no es pronunciable, pero estoy aquí porque me llamaste.
-Pero no recuerdo haberte llamado…
-No todos deben pedir en voz alta lo que quieren. Vos especialmente y lo sabés, siempre tuviste «esa suerte». Yo soy tu suerte.
-No entiendo.

19 de febrero de 2017

Tal vez la termine.

Tocar la puerta

Toc toc

La puerta se abrió rechinando como sólo las puertas saben hacerlo. Se tomó el tiempo, como si luego de esos golpes secos y tal sonido se hubiese materializado el mensaje que habría de dar una puerta: alguien llama.

En ese tiempo, eterno entre los toques y el crujir de la madera, las bisagras y todo el peso de los años y la poca importancia que se le da a una tabla que cubre la entrada a un hogar, un recinto, una habitación, había dado lugar a una rápida reflexión sobre el qué había venido a hacer.

Entre vaivenes de razones y/o perfectas excusas descartadas, espantar los insectos del jardín siempre es prioridad, asumiendo que al menos hay césped bajo los pies.

No sabe usted a qué vino, eso lo sabemos, señor. –«Cuando abra la puerta lo sabré», uno cavila mientras se agota el perogrullo que idea emitir de entre los labios.

Se animó a venir, algo debe decir. ¿Por qué haría tan larga travesía si no va a hablar?

Pasos tras la puerta, se acomoda la corbata, sabe usted que no puede permitirse verse desaseado y el esfuerzo para parecer jovial es inmenso… así como intensa es la ansiedad que le arrebata.

El sonido del pestillo de la cerradura llama tanto la atención que se para el mundo alrededor. Imposible no notarlo y vaya que hay que tener buen oído para percatarse entre el mar de ruido de la calle y sus paralelas.

Ver girar el pomo -o «picaporte» para los mortales-, mojar la garganta para hablar, los labios para no parecer sediento al mismo tiempo que completa la vuelta necesaria, ponerse firme y mirar de frente. 

El quejido del tablón, estridente melodía dramática que deja ver un rostro familiar emergiendo desde la penumbra del vestíbulo una vez recorrido el suficiente ángulo, no muy agudo, no muy obtuso ni recto siquiera.

¿Qué desea?«, resuena, esperando una respuesta obvia -como siempre-.

-«Vengo a ofrecerle el siguiente producto, cuyas virtudes son, tal, éstas, aquellas. No aporta desventaja alguna…»

-«Ya tengo, gracias, amigo»- y la puerta retumba en la insondable profundidad del confundido mercader. Sórdida respuesta, ante la inseguridad de los argumentos del pobre caminante.


La muerte, esa amarga sorpresa

A estas alturas, nadie puede decir que la muerte no le haya tocado la puerta, ya sea del vecino o un amigo, cercano o lejano, algún pariente.

La verdad es: No estamos preparados.

Es difícil estarlo, cuando una persona joven fallece, tomamos como tragedia, porque ninguna muerte es anunciada de manera prematura. Sin embargo, con respecto a las personas mayores, tendemos a pensar que llegará en cualquier momento y amagamos una suerte de «preparación» que en realidad no tenemos.

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Cruzar los brazos

Me dijo alguien hace poco que cruzar los brazos es signo de cerrazón, de no estar dispuesto a percibir algún estímulo externo, más hablado que gestual.
Supongo que me ha tocado estar situado en eso, cruzar los brazos, oyendo pero no escuchando, mirando pero no viendo. Muchas veces como respuesta del subconsciente, otras veces activamente. Disociar la conciencia de un momento que no te gusta, para intentar ignorar aquella parte de la conversación que te lastima, o que no querés escuchar.

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